La incorporación de agentes de inteligencia artificial promete modificar de manera profunda y acelerada nuestras formas de trabajo, abriendo un abanico de oportunidades y desafíos. A diferencia del software convencional, estos trabajadores digitales inteligentes se orientan a la consecución de objetivos, colaboran de forma activa, aprenden, se adaptan y operan con autonomía total, siendo capaces de ejecutar acciones e integrarse en procesos complejos junto a personas y otros sistemas automatizados. Este salto cualitativo, donde el aporte humano se potencia, desdibuja los antiguos procesos fijos y secuenciales. Al combinar las capacidades cognitivas de los modelos de lenguaje (LLMs) con soluciones automáticas, se obtienen procesos ajustables y precisos, adaptados a las particularidades de cada entorno organizativo.
La repercusión en las empresas es notable, ya que estos agentes amplifican la productividad sin necesidad de aumentar el número de colaboradores, a la vez que mejoran la calidad y consistencia de las operaciones. Sin embargo, este avance requiere enfrentar retos técnicos, reevaluar y rediseñar flujos de trabajo, estructurar datos de calidad en tiempo real y gestionar el cambio de manera continua, siempre dentro de un marco ético sólido. En un contexto en el que muchas compañías aún operan bajo modelos jerárquicos tradicionales heredados de la era industrial, el desafío no consiste en competir directamente con la tecnología, sino en adaptarse más rápidamente que los rivales que integren soluciones avanzadas.
Los agentes inteligentes han dejado de ser meras herramientas para convertirse en miembros activos del equipo. Su función va más allá de la automatización, pues actúan como copilotos en procesos, asistentes de diseño, sintetizadores y automatizadores de flujos. Estos sistemas fijan metas, se conectan a diversas fuentes de datos, colaboran, planifican, escalando y reconfigurándose en tiempo real de manera autónoma. En consecuencia, las organizaciones se enfrentan a una disrupción constante y multisistémica, donde la agilidad –la capacidad de combinar velocidad y estabilidad– se vuelve indispensable.
El concepto de “modelos organizativos líquidos”, que integran lo humano y lo digital, se posiciona como una estrategia eficaz para responder a los cambios y generar valor, tal como lo evidencia Agentic Enterprise, en la que los actores tradicionales a menudo se ven en desventaja. Estudios recientes han revelado mejoras en la experiencia del cliente, el compromiso de los colaboradores, el desempeño operativo y los resultados financieros, con un 70% de dichas mejoras atribuidas a la interacción híbrida entre humanos y agentes.
Esta transformación también redefine el liderazgo, el cual debe orientarse hacia la articulación y colaboración para guiar el cambio, en lugar de limitarse a conservar estructuras preexistentes. Los líderes, al igual que recipientes moldeables, necesitan orquestar de forma visionaria y flexible la conjunción de capacidades humanas y digitales, garantizando una operatividad coherente y ágil. Este es un reto considerable para los directorios y equipos de gestión, que deben mantener una perspectiva bifocal, centrándose tanto en el presente como en el futuro, en un proceso continuo de aprendizaje y adaptación.
En la era de la inteligencia artificial, donde personas y agentes colaboran, aprenden y actúan en sinergia, aquellas organizaciones que no se reinventen perderán gradualmente su competitividad, quedando eventualmente fuera del mercado. Cabe preguntarse: ¿está usted, como líder, al tanto de la llegada y el potencial disruptivo de estos agentes en su sector y empresa? ¿Está impulsando activamente la transformación en su organización?
*El autor de esta columna es socio de Virtus Partners*
Autor: Roberto Sánchez